martes, diciembre 26, 2006

¿El hombre animal Religioso?

Hace pocos domingos atrás en el cuerpo de Artes y Letras del diario El Mercurio apareció un artículo secular que me pareció interesante desde el punto de vista, de una opinión humanista que habla de la profunda necesidad de econtrar un sutituto de Dios aún cundo lo rechazamos o lo negamos. Es así como se cae en actos de idolatría, que no son más que un sustituto de bajo nivel de aquello que negamos. Para aquellos que somos cristianos conversos resulta ser que Dios se transforma en Cristo (Dios hecho hombre) donde la deidad conforma la esencia de nuestra esencia no de idolatría, sino de adoración y entrega.
Transcribo el texto de Jorge Peña Vial: "Animal religioso"
Las mayúsculas son mías para resaltar lo más importante.
"El hombre es un animal religioso que se equivoca de Dios" escribió Baudelaire, el poeta maldito. Admitido o rechazado, Dios está presente en todos los repliegues de nuestra existencia: la idolatría es, a su manera, un acto religioso: divinizar a una criatura es igualmente un acto religioso.La necesidad de encontrar un sustituto de Dios, sea cual sea y por lo que sea, revela, con más elocuencia que muchas disertaciones teológicas, su existencia y su necesidad. La prueba de la idolatría, desarrollada por Gustave Thibon, es un buen argumento para probar la existencia de Dios: muy necesaria ha de ser una cosa para que haya tanta necesidad de reemplazarla. "Los que quieren eliminar a Dios en beneficio del hombre son los que menos perdonan al hombre no ser Dios"(Thibon). De ahí el culto al superhombre en Nietzsche, a la libertad en Sartre, a la Ciudad futura de los marxistas.Búsqueda de lo absoluto. El hombre está de tal modo hecho para lo absoluto y para Dios que, prácticamente, no se limita ni puede limitarse al sentido de lo relativo.Es un dato antropológico esta búsqueda de lo absoluto, de la plenitud, que parece empapar nuestras emociones, sentimientos, dolores y goces. El orden "natural" está mucho más controlado por la homeostasis, la regulación, la programación. En cambio el orden humano está habitado por lo que aterrorizaba a los griegos, la "hybris", la desmesura en el vivir. Una carga de exceso parece impregnar nuestras emociones, trances, fiestas, amores, violencias furiosas y delirios utópicos y dementes. Sólo podemos ir a Dios. El hombre no sólo busca consumir para vivir, sino también un consumirse en el vivir. Constatamos esta tendencia hacia la desmesura, el vértigo y el exceso. Es que quizás, habiendo sido hechos para Dios, sólo podemos ir a Dios, o a sus sustitutos: los ídolos. Y aún los escépticos, los cínicos, los "realistas" son también idólatras: dan testimonio de Dios a su manera, ya erigiendo su relativismo en un absoluto o ya cayendo en la desesperación."Tal vez no puede ser instaurado un orden terreno estable si el hombre no mantiene una viva conciencia de su condición de viador"(Gabriel Marcel). Pero culturalmente carece de vigencia la noción de "homo viator", clave en una antropología cristiana. Sin embargo, la noción de "viatoris" es la que más conviene a los bienes de este mundo. Así evitaremos la idolatría: nadie pide lo absoluto a un viático, nos acomodamos de buen grado a su carácter provisional e insuficiente, pues lo que cuenta, ante todo, es el fin a conseguir. Pero también evitaremos el escepticismo y la desesperación, pues si el viático no es el absoluto, es necesario para alcanzarlo, y el viaje hacia Dios no es posible sin él. Si consideramos los bienes y valores de aquí abajo como nuestro bien supremo y la patria de nuestras almas, si transferimos a ellos la sed de absoluto y de eterno que habita en nosotros, más pronto o más tarde sentiremos la amarga experiencia de su fragilidad, y nos revolveremos contra ellos con toda la fuerza de nuestra esperanza fallida, y los tendremos en nada en castigo de no ser todo. Así se alternan la idolatría y el escepticismo, el culto a la tierra y el hastío de la tierra.Baudelaire y Dostoievski dan testimonio del pecado por su mismo exceso. Parecen decirnos:Llega al fondo del pecado, porque lo que nos separa irremediablemente de Dios no es nuestro desorden, sino nuestras medias tintas en el desorden. Si el hijo pródigo hubiera invertido en valores estables su parte de la herencia y se hubiera dedicado a prudentes excesos, jamás hubiera vuelto a la casa paterna.

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